Las personas somos complejas. Quizás eso es lo que hace que la vida sea tan impredecible, para lo bueno y para lo malo. Pero que no falte la capacidad de perseguir el bien, aunque sea con pies de barro. Que no falte un corazón que, aunque a veces se lastime, sea capaz de arder con pasión y encender el mundo.
1. Los pies de barro...
Yo repuse: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jer 1, 6)
Uno se siente a menudo débil. Incapaz. Tan limitado… Miras alrededor y te parece que todo el mundo es mucho más fuerte, más sabio, más sensato, más lúcido. Te parece que hasta tus lágrimas son tontas. Piensas en qué dirían los otros si te conociesen de verdad (“seguro que pasarían de mí”). Pesa la sensación de ser solo fachada, de no dejar que haya quien entre a ese mundo interior en el que todo es un poco más difícil.
Quieres volar y te ves atado al suelo. Quieres soñar, y velas despierto. Quieres amar, y te ves frío. Quieres cantar, y no sale la voz. Pero no hay que quemarse por ello, pues todos tenemos los pies de barro.
¿Cuáles son tus “quiero y no puedo”? ¿Aceptas los pies de barro de tus gentes?
2. ...y el corazón de fuego
El Señor me contestó: “No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás. No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte” (Jer 1,7-8)
Pero, al mismo tiempo, sigue siendo verdad la vida que corre por uno. Y a ratos el sueño toma forma, y el amor se hace abrazo, y remontas vuelo. A veces el evangelio sí que ilumina.
Y entonces no importa la propia debilidad, sino la fortaleza de Dios y de los otros, que ayudan a que uno mismo sea pura pasión, y justicia, y encuentro. Entonces recuerdas por qué peleas. Entonces la risa es sonora, y los ojos brillan, y te vuelves casa para tantos. Y tu palabra es caricia que aquieta.
¿Cuándo te sientes vida, fuego, pasión? ¿Qué te hace “arder”?